La pasta mágica
SUSANA VERGARA PEDREIRA.
La Bañeza. La familia Alonso lleva 127 años elaborando una deliciosa pasta de almendras, huevo y azúcar receta de un tatarabuelo. Ahora los hace su heredero, Ordoño. Son patrimonio de La Bañeza.
Todo a mano. Como desde 1886. «Aquí sólo han cambiado algunas máquinas y las personas, claro». Es el buen humor de Ordoño Alonso, cuarta generación haciendo una auténtica delicia, los Imperiales de La Bañeza. Si se le pregunta por la grandilocuencia del nombre responde con el mismo ingenio: «No sé, menos les parecería poco, ¿no?». Y si se le pregunta por el suyo, no decae su alegría.
«Yo Ordoño, mi hermano Guzmán y tengo una hermana…». El interlocutor se va poniendo en situación. «No, no se llama Papalaguinda, como decían en el instituto». Juncal le pusieron.
En el obrador de los Imperiales Alonso, que así se llaman aunque popularmente hayan tomado de apellido el topónimo de la ciudad donde se hacen, las máquinas tampoco han cambiado tanto. Un horno nuevo y un enfriador, poco más. Lo demás sigue como estaba.
Conservan el diseño de las etiquetas, las cajitas de madera y el papel de seda para envolver con un poema del hermano de Odón Alonso
Ni reloj hay. A Ordoño no le gustan. Para que su padre no proteste, ha accedido a colocar uno de pulsera sobre la máquina que bate la masa. No es capricho. Seis minutos, ni uno más, tiene que estar en movimiento.
Si no fuera por el ambiente, uno bien podría imaginar cómo elaboraba los Imperiales si no el fundador, que sería ya demasiado, sí su nieto. Un porrón de años hace ya de eso. El fundador fue el tatarabuelo de este hombre joven que mantiene vivo el negocio 127 años después. Ahí están la máquina para pelar las almendras, la moledora, la batidora o la amasadora. Todo movido a mano. Y la mesa de mármol donde a mano han trabajado la masa cuatro generaciones de ‘alonsos’.
Esa pasta mágica que convierten en manjar está hecha de almendra, azúcar y huevos. «Y mucha paciencia», añade Ordoño Alonso. Nada más. 6,5 centímetros de largo, cuatro de ancho y dos de espesor. Fue premiada en la Exposición Universal de París de 1900, la que catapultó a la fama la Torre Eiffel.
La creación fue de Emilio Alonso Ferrero, confitero, pastelero y hacedor de dulces. A su muerte, prematura y repentina, tomó las riendas del negocio su viuda, Aurora González, y después su hija, Angelina Alonso, a la que enseñó el arte de endulzar la vida un hermano que terminaría siendo el músico más amado de León: Odón Alonso. El maestro fue confitero antes que compositor y director de orquesta.
De aquella época es el diseño de las etiquetas, la elección de las cajitas de madera para empaquetarlos y el papel de seda para envolver los encargos con un poema alusivo a un nombre que conecta con los zares. Lo compuso el hermano del compositor, Antonio Alonso. Habla de tiempos pasados, de países desaparecidos, de trozos de historia que son ya históricos. Rusia, imperios, vasallos… 1908. Nueve años faltaban para los bolcheviques, los mencheviques y la Revolución Rusa. Para leerla íntegra basta con entrar en la Confitería Alonso, en pleno centro de La Bañeza, en la Plaza Mayor aunque la dirección sea calle Astorga número 1. Es la poesía impresa en el papel-seda que envuelve pedidos y compras.
Angelina le puso nombre a uno de los dulces típicos de La Bañeza, las ‘Angelinas’, antes de dejar el obrador al siguiente Alonso del árbol genealógico, Carlos Alonso Ruiz. Y, sin saberlo quizá, a Ordoño. «Castigado al obrador con tu padre». Y él, obediente, iba. Una gran fiesta. Correteando entre dulces, probando su futuro.
Aquella intuición para los postres y el negocio del fundador y sus sucesores ha dejado paso a la formación. Son los tiempos de este Ordoño moderno, preparado con el maestro de maestros, Santiago Pérez, el de la Coyantina, Carles Mampel o la Escuela Hofmann. Él ha introducido la almendra en la empanada, combinada con bonito, que ha desplazado incluso a la de bacalao y pasas. Normal. No sólo hace la masa, también el condimento, con tomates de la zona y cebollas de la huerta de su suegro. De La Bañeza son también las etiquetas, tiradas en una imprenta de la ciudad, las cajas, hechas en Nuestra Señora del Valle, el centro asistencial de la Diputación, el envoltorio…
En el obrador, a doscientos metros de la confitería, Ordoño dobla paciente los papelillos de los Imperiales para después meterlos a hornear. Antes, él mismo habrá separado la piel de las almendras, las habrá molido, mezclado la masa con huevo y azúcar y batido seis minutos, como le enseñó su padre, el Alonso al que ha sucedido. Y como hizo él, Ordoño deja a su hija Cecilia que husmee en el cajón de azúcar glas y levante una dulce nube pulverizada. Quién sabe si está ahí la quinta generación.