Leonesas que hacen carrera en el pueblo

Una maestra que da clase en su pueblo, una farmacéutica de Salamanca que compró la botica en Soto de la Vega y una graduada social que se reinventó como quesera en Jabares cuentan por qué prefieren el pueblo para trabajar y vivir.

El 52% de las leonesas residen en municipios de menos de 20.000 habitantes. Son 119.574 frente a las 118.526 que viven en los tres grandes ayuntamientos de la provincia. Las mujeres del medio rural son mayoría. Pero muchas veces son invisibles.

 

Hoy se celebra el Día Internacional de las Mujeres Rurales establecido en 2007 por Naciones Unidas con el objetivo de reconocer el papel decisivo de la mujeres en el desarrollo, la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza.

 

Son más de las que parecen y desempeñan más oficios de los que tradicionalmente se asocian al campo y a los pueblos. Sara María López Bardón, de 51 años, es maestra de pueblo y milita en lo rural más allá del aula. Enseña inglés en la escuela donde aprendió a leer y escribir y ha formado su familia en el pueblo en el que nació, Huerga de Garaballes.

 

«Estudié el bachillerato en La Bañeza, Magisterio en León y luego estuve un tiempo en Londres, por mi especialidad, pero siempre tuve claro que lo mío es la escuela rural», explica sentada en el mismo aula de la que fue alumna. Con su coche se desplaza a lo largo de la semana a los pueblos de Requejo, Santa Colomba de la Vega y Soto de la Vega, cabecera del Colegio Rural Agrupado del mismo nombre.

 

«Mi primer destino fue en La Cabrera, en el CRA de Silván, que entonces también tenía escuela en Lomba y Sigüeya. Me gustaba mucho pero me quedaba muy lejos», comenta. Después estuvo en los de Armellada y Destriana.

 

La población más grande en la que ha dado clase es La Bañeza, en el colegio público San José de Calasanz. Era la época de crianza de sus hijos y quería comer en casa. En el colegio de Castrocontrigo tenía jornada partida y no era posible. «Siempre he estado en el mundo rural y mis hijos en el CRA, ahora en el instituto», apunta con orgullo.

 

«En las escuelas rurales me encuentro cómoda y bien, las aulas son más pequeñas y tienes más contacto con las niñas y los niños y las familias. La atención es totalmente individualizada y los medios son los mismos. La gente no es consciente del lujo que es. Es como la enseñanza de los ricos de antes», explica.

 

Sara López lo mismo coge el coche para desplazarse de pueblo en pueblo que se calza las galochas en un día de lluvia como el de ayer cuando llega a casa. Cree que la enseñanza rural no está valorada. Reivindica la mezcla de niveles como un enriquecimiento mutuo entre «pequeños y mayores» y prueba de llo, asegura, «es que llevan un buen nivel al instituto».

 

Esta maestra de pueblo contempla con resignación la despoblación. «Ahora se han acordado de la España vaciada, pero llevamos años vaciándonos», recalca. Por un lado, «la natalidad ya no es lo que fue», es incontestable que la «población no se repone». Por otro, considera que el éxodo a las ciudades, que ve necesarias, «a veces no ha sido justificado».

 

«Hay gente joven que se casa en estos pueblos y luego se va a vivir a La Bañeza, pero se pasan aquí todo el día porque tienen las tierras», apunta. El problema es que al perder población, «vamos perdiendo servicios y si todo el mundo se marcha, no sé qué va a ocurrir».

 

«El alimento sale de los pueblos, el ganado, las tierras…». El próximo domingo irá en familia a Madrid para acompañar al rebaño trashumante que partió desde León el pasado 19 de septiembre. Y lo tiene claro: «Si no me puedo jubilar en este pueblo, buscaré otro pueblo». Le queda casi una década por delante.

 

Isabel Sánchez Álvarez, de 35 años, lleva un año al frente de la farmacia de Soto de la Vega. Esta salmantina de ciudad quería tener botica propia y cuando salió la ocasión se lanzó a un cambio de vida con su marido, un leonés de Cistierna. Al principio iban y venían a León, pero en cuanto encontraron casa optaron por quedarse en la comarca.

 

Su hija de tres meses es la última vecina empadronada en Huerga de Garaballes. «Salíamos tarde y estábamos agotados. Aquí se vive bien», afirma Isabel Sánchez. «Entre semana no notas la diferencia, estamos metidos en el trabajo», comenta Alberto.

 

Otra ventaja es que el pueblo «es más barato» y también que «la gente te arropa y está pendiente de ti». En los pueblos «todavía se lleva lo de la puerta abierta», añaden. Otra ventaja es el contacto con el personal médico y de enfermería. «Todo es más rápido, en la ciudad no hay está facilidad para hablar», añade Isabel.

También palpan los problemas de la gente. «La preocupación por el cierre de los consultorios de los pueblos» ha sido el tema de estas últimas semanas. «Hay mucha población mayor y sin coche y es comprensible que les preocupe», añade.

 

La farmacia de Soto de la Vega presta servicio también a los pueblos de Oteruelo de la Vega, Alcaidón, Requejo, Vecilla, Santa Colomba de la Vega, Huerga de Garaballes y Garaballes. Y genera tres puestos de trabajo. La farmacéutica titular y su marido Alberto y la auxiliar de farmacia Mar Alfayate, que lleva 34 años en la botica. «Son mis terceros jefes», señala.

 

Unos kilómetros al sureste, en la margen izquierda del Esla, está el pueblo de Jabares de los Oteros. Allí nació Pilar Blanco Gutiérrez, que a los 45 años se reinventó profesionalmente y cambió la ciudad por el campo como lugar de trabajo y residencia temporal.

 

De graduada social a quesera, es la creadora de la exitosa marca Praizal. «Después de estudiar Graduado Social en León me fui a Madrid. Allí viví 14 años y nació mi hija. Por diversas circunstancias nos trasladamos a León», relata.

 

A Pilar Blanco le pilló de plano la crisis económica. «Trabajaba en el sector de la construcción y con 45 años me quedé sin trabajo», señala. El horizonte no era halagüeño. Fue entonces cuando pensó en hacer queso. Y empezó de cero. Durante dos años se formó en Madrid, Cantabria, Zafra y Lugo. Empezó con un curso sobre cómo hacer queso en casa acabó al lado de maestros queseros que respeta y admira como Fran Vázquez, de Payuelos, y Rubén Valbuena, de Cantagrulla, Valladolid. «Luego vino la obra. Fue muy ilusionante», apunta. Lo que hoy es una quesería equipada con la más moderna maquinaria entonces era un solar lleno de trastos. Le apena que su padre no llegara a ver el obrador, con su tienda y las salas de maduración. Y que su madre, aunque lo vio, no se enterara mucho porque ya tenía alzhéimer.

 

Ahora está feliz con este proyecto que lleva el nombre de Jabares de los Oteros a Madrid, Vigo, Santander y en nada a Vitoria, además de todas las tiendas de la capital donde se venden productos de León. «Luchando y peleando pero contenta». Se siente orgullosa de ser la primera productora en ¡La Colmena que dice Sí!, una iniciativa que conecta consumidores con productores de proximidad.

 

En el pueblo también se siente acogida. «Me fui con 13 años y ya no conocía a la gente y me ha sorprendido», señala. Lleva cuatro años haciendo queso y se estrenó con un premio. En 2016 su Praizal fue el mejor queso semicurado del Salón del Gourmet. No daba abasto a la demanda en su casa. «Me quedé sin quesos», recuerda. Sigue siendo prudente en la producción. «Puedo llenar la cámara, pero luego hay que vender», precisa.

 

Luego vinieron varios en sucesivas ferias de Productos de León, el primero al mejor queso fresco del que siente especial satisfacción. Nunca se lo habían dado a un queso fresco. Ayer amaneció afónica tras una feria en la que cosechó el premio a la mejor tabla de quesos y buena clientela.

 

La falta de internet de calidad es el principal inconveniente de tener el negocio en el pueblo. Y la amenaza sobre los consultorios la ve como una afrenta a la ciudadanía del medio rural. «Pagamos los mismos impuestos».