Conocer y Reconocer el Vino de León.
ENTREVISTA «Nuestro gran objetivo es no sólo que se nos conozca, sino también que se nos reconozca» Rafael Blanco Presidente de la Denominación de Origen León A. CALVO
Defiende los principios que inspiran la labor del órgano que preside y la calidad de los vinos que certifica, pero apela a la responsabilidad social en defensa de la agroindustria leonesa como generadora de empleo y riqueza y motor del desarrollo de la provincia.
Cumplidos algo más de dos meses y medio de su conclusión y ya con el mosto transformado en vino en depósitos e incluso en barricas, ¿qué balance hace de la vendimia de 2019? —En el aspecto cuantitativo, que no se cumplieron nuestras expectativas, que eran alcanzar los cuatro millones de kilos y finalmente nos quedamos en tres y medio. En el cualitativo, satisfacción plena: la vendimia, aunque larga, ya que duró 48 días, se desarrolló con absoluta normalidad y la uva se recogió en perfectas condiciones sanitarias, en el punto óptimo de maduración y fue de muy buena calidad. Tendremos, tenemos ya, unos buenos vinos de la añada 2019: aromáticos y próxima vendimia. Era algo previsto y que ya teníamos muy asumido. —¿Es esa la única razón? —Por supuesto que no. Ha sido un mal año, desde el punto de vista vitícola, para casi todas las zonas de producción del país. La prolongada sequía durante todo el proceso vegetativo provocó pérdidas de producción de hasta un 35% en algunas zonas respecto a una cosecha normal, aunque en menor medida en el cuadrante noroeste, con uva pequeña y racimos de poco peso. Y en nuestro caso, a esas dos contrariedades hay que añadir una tercera circunstancia negativa: la granizada veraniega que, ya en el envero, afectó el viñedo del sur de nuestro territorio, completamente arrasado en la zona de Valderas y muy afectado, hasta el 25% de pérdida en algunos frescos en todos los casos y con muy buena aptitud para la crianza en el de los tintos porque la relación entre hollejo y pulpa es muy favorable. —¿A qué atribuye ese descenso de la producción sobre las previsiones, e incluso sobre la media de los últimos años? —Nuestras mejores vendimias, por volumen de producción, fueron las de 2015, cuando rozamos los 4,6 millones de kilos, y la de 2013, cuando superamos por primera vez la barrera de los cuatro e incluso, y de manera holgada, los 4,5 millones. Luego vino el desastre de las heladas de 2017 que nos hicieron caer a 1,7 millones y cuyas consecuencias todavía se manifiestan en la pérdida de producción por el daño causado a las cepas y del que no nos recuperaremos totalmente al menos hasta la Defiende los principios que inspiran la labor del órgano que preside y la calidad de los vinos que certifica, pero apela a la responsabilidad social en defensa de la agroindustria leonesa como generadora de empleo y riqueza y motor del desarrollo de la provincia casos, en el entorno de Gordoncillo.
—¿Esas circunstancias negativas afectaron de igual manera a todas las variedades de uva? —No. Las autóctonas, Albarín y Prieto Picudo, son especialmente sensibles a cualquier afectación de ese tipo. Vimos como en parcelas contiguas la Mencía, que es variedad principal como tinta, y el Tempranillo, complementaria, e incluso la Verdejo y la Godello entre las blancas, mostraron una mayor resistencia, tuvieron un comportamiento muy distinto y la merma de producción fue menos importante, porcentualmente hablando, claro. —Eso supone un contratiempo en la progresión comercial del albarín, la otra gran apuesta de viticultores y bodegueros de la denomiación de origen —Por supuesto. Habíamos alcanzado en la vendimia de 2018 una producción récord de casi 430.000 kilos, superando por primera vez a la Verdejo y, aunque sigue estando por encima, la caída de unos cien mil kilos supone un paso atrás en ese sentido justamente en un momento en el que el Consejo Regulador había hecho una apuesta muy importante por su divulgación y promoción para incentivar su consumo, sobre todo en la provincia, donde nos está costando mucho introducir ese vino. —¿Cuáles son las dificultades que encuentran en ese sentido? —En primer lugar, el desconocimiento del consumidor en términos generales. Es muy difícil hacerle llegar la información y que la asuma. Y también hacerle cambiar de hábitos de consumo. Luego, ya cuando prueba el vino, es otra cosa… Y, en segundo lugar, el desinterés de la hostelería. Para ese sector, poco profesionalizado, muy reacio a los cambios y poco sensible a la defensa de nuestros productos, por supuesto con las excepciones que quieran hacerse, es más interesante, comercialmente hablando, seguir vendiendo el verdejo que llega de fuera y tiene unos márgenes más ventajosos. Pero, claro, la calidad no es la misma y eso es algo que tiene que entender también el consumidor —¿Tuvo algún efecto positivo, justamente en ese sentido, la campaña Blancomántico desarrollada en primavera en el barrio Romántico de la capital? —Sí, por supuesto. Y más allá del consumo inmediato en ese momento. Esas actividades siempre dejan un poso y nos han demostrado que el contacto directo con el consumidor, en la calle y frente a frente, es la mejor promoción que podemos hacer. Pero desgraciadamente también hemos podido comprobar que, en el caso concreto del blanco, y no así en el del rosado, las apetencias del cliente van por un lado y el interés del hostelero por otro. Es una pena y es muy triste que el albarín sea más apreciado fuera de la provincia e incluso en el extranjero que aquí. Porque sabemos que nosotros, y también la crítica especializada, no estamos equivocados en la firme puesta por él.
—¿Van a seguir en esa línea de actividades promocionales? —Sí, en la medida que tengamos disponibilidad presupuestaria. No sólo con el Blanco y el Rosado y Picudo, porque así nos lo piden los hosteleros, las bodegas y las administraciones, sino también con alguna más. Y no, no nos olvidamos del Wine not? Lo repetiremos, porque esa fiesta, que nos abrió una conexión muy interesante con la juventud, supuso un cambio profundo en nuestra manera de entender la actividad, el sentido que tiene y nuestra responsabilidad social, con la gente y con el entorno geográfico en el que la desarrollamos. Y porque también nos puso sobre la pista en relación con la necesidad de avanzar en relación con el cambio de perfil del consumidor de nuestros vinos. —Hablamos de los principios proclamados en el manifiesto I DO León-Haz León… —Claro. Fue lo que dio sentido a aquella fiesta. Más allá de que la representación gráfica del mensaje, inicialmente un hashtag después convertido en eslogan, escondiese la relación con la DO León, lo que pretendíamos con esa campaña era agitar las conciencias con una invocación al orgullo de lo leonés —el carácter, la historia, las tradiciones y el patrimonio cultural, artístico y gastronómico— y una apelación a la responsabilidad colectiva —incluida la promoción y el consumo de los productos agroindustriales certificados por las dieciséis marcas de calidad alimentaria acreditadas en la provincia— y a la unidad para convertir a León en una tierra de oportunidades y de futuro. En definitiva, una llamada al optimismo, a abandonar el derrotismo al que somos tan propicios. Y, en definitiva, a promover un cambio de actitud personal respecto a la situación económica y laboral, el desarrollo en todos los sentidos de la provincia y un movimiento social en defensa del origen, el territorio y la identidad. —Y en definitiva hablamos también de ampliar el mercado potencial de sus vinos… —Por supuesto. Es una cuestión que nos preocupa mucho y en la que hemos venido trabajando intensamente, y lo seguiremos haciendo. Las estadísticas demuestran que está creciendo el consumo de blancos y rosados y eso nos favorece. El 70% de nuestra producción es de rosado y el albarín promete lo mejor. Creemos que, son olvidar al clásico y leal consumidor del clarete, que es como algunos siguen pidiéndolo, aunque va imponiéndose ya la referencia más precisa, nuestros vinos se ajustan a esa nueva demanda y son una buena puerta de acceso de los jóvenes al consumo por su enorme potencial aromático, la frescura, su carácter floral y frutal y una sutileza que los hace realmente excepcionales. Presumimos, y yo creo que con justicia, de hacer los mejores rosados de este país. La crítica y los premios recibidos a lo largo de este año nos están avalando en ese sentido. —¿Tiene alguna relación con todo ello el denominado plan de señalética ideado como relación directa con la hostelería? —Por supuesto. La Denominación de Origen León ha identificado y señalado casi dos centenares de bares, gastrobares, restaurantes y tiendas especializadas en la venta de productos de calidad alimentaria como establecimientos recomendables por la profesionalidad, la excelencia en el servicio y la amplia oferta de vinos certificados por el Consejo Regulador. Esa placa con la leyenda ¿Un vino? Ponme un León (Denominación de Origen) instalada en la fachada o en un lugar visible del interior de buena parte de los establecimientos de la capital en las zonas de mayor consumo y en la casi totalidad de los bares y restaurantes de Valencia de Don Juan, donde tenemos nuestra sede, acredita a esos negocios ante el consumidor y de alguna manera también compromete su adhesión a los principios contenidos en el manifiesto I DO León-Haz León que en su mención se ha convertido en eslogan de la propia DO León.
La apuesta es por la calidad y en ese sentido la responsabilidad en todo lo que hacemos es algo que tenemos ya muy interiorizado
Pero el plan incluía, servidos bajo demanda y de manera gratuita, otros elementos como mandiles, posavasos o cajetines para exponer en las barras nuestros folletos de información de las bodegas y de las propuestas de enoturismo. Es curioso, pero hemos recibido peticiones de esos elementos por parte de bares y restaurantes ubicados en Madrid y relacionados con León, e incluso llamadas de otras denominaciones interesadas en aplicar ese mismo plan. —¿Han tenido esas acciones, incluida la nueva mención, algún efecto sobre el cambio de imagen de la denominación de origen? —Estamos convencidos de que es así. Creemos que es algo hacia lo que debemos avanzar no sólo nosotros, sino todas las denominaciones de origen, frecuentemente percibidas como algo viejo y rancio. Necesitamos renovarnos en todos los sentidos. La imagen, la comunicación, la presencia en la calle y la participación en todo tipo de actividades nos han ayudado mucho en ese sentido. La verdad es que tenemos una mayor sensación de proximidad a la sociedad, una relación más directa y que se nos percibe como algo… propio porque se nos reclama colaboración no sólo desde las administraciones y desde distintas instituciones, sino también desde colectivos de todo tipo. Creemos que, en definitiva, no sólo hemos avanzado, y ese es nuestro objetivo, en que se nos conozca, sino sobre todo que se nos reconozca, por el esfuerzo que hacemos y por lo que supone por su valor social. Aunque la verdad es que todo eso no serviría de mucho si no ocurre lo mismo con nuestros vinos. Y en ese aspecto tenemos mucho que pelear, pese a que hemos dado pasos muy importantes. —¿A qué grandes retos se enfrenta a partir de estos momentos el Consejo Regulador? —Una vez aprobado por la autoridad europea el cambio de marca y simplificado en Denominación de Origen León tras un largo proceso administrativo y cinco años de espera, a lo que ahora nos enfrentamos, tanto viticultores y elaboradores como el órgano de gobierno, es a la adscripción voluntaria de la propia denominación de origen ante la Entidad Nacional de Acreditación y al control y certificación del producto para dar cumplimiento al decreto de la Junta por el que se aprobó el Reglamento de las Denominaciones Geográficas de Calidad Alimentaria de Castilla y León conforme a la exigencia de Bruselas contenida en la controvertida norma 17065. Es, por lo tanto, algo impuesto por Europa que tenemos que asumir y que sin duda va a tener complejidad en la gestión y, por supuesto, un alto coste económico añadido. Nuestro objetivo es que ni un solo viticultor y ni una sola bodega se queden por el camino. —¿Eso supone un cambio importante en la regulación de la actividad que desarrollan? —Sin duda, pero nos preocupa más el coste económico real y cómo asumirlo que la aplicación efectiva del autocontrol. Nuestra apuesta
Nosotros, y también la crítica especializada, no estamos equivocados en la firme apuesta por el albarín, que es más apreciado fuera
es por la calidad y en ese sentido la responsabilidad en todo lo que hacemos es algo que tenemos ya muy interiorizado. Pero el proceso tiene una lectura muy positiva en cuanto que nos abre la puerta para afrontar algunos cambios en el reglamento que ya nos habíamos impuesto como deberes a ejecutar a corto plazo. —¿Por ejemplo? —Son acuerdos ya adoptados por el pleno, como por ejemplo excluir del catálogo varietal las viníferas blancas Palomino y Malvasía, ambas complementarias y cuya presencia es testimonial en nuestra zona de producción. Están en desuso y de hecho hace ya varios años que no se califica ni un solo kilo de ninguna de las dos. Pero hay otras decisiones más importantes, como eliminar el límite de los 300 litros de capacidad para las barricas en los procesos de añejamiento, lo que abre un amplio horizonte en el proceso enológico, la posibilidad de adoptar el tapón de rosca en el embotellado sólo en el caso de los vinos jóvenes, que es algo que algunas bodegas venían reclamando desde hace tiempo y que también demandan los hosteleros por su extraordinaria practicidad, o la inclusión en el reglamento de otro tipo de elaboraciones, como los vinos semidulces y espumosos tan demandados, lógicamente siempre a partir de las variedades autorizadas. —¿Hay algún nuevo proyecto, quizá nuevas bodegas…? —También. Hemos hecho un ajuste en el número de bodegas con acuerdos para excluir a algunas que, aunque adscritas, no desarrollaban actividad. Y en cambio estamos tramitando el alta de otras cuatro. Se trata de proyectos muy interesantes desde el aspecto enológico y que además nos dan una mayor cobertura territorial en Grajal de Campos, Valdevimbre, Ardón, donde no teníamos ninguna instalación elaboradora, y en el entorno de La Bañeza, realzando no sólo nuestra presencia allí, sino recuperando la tradición vitivinícola en una zona vitivinícola histórica, diferenciada… y muy característica.